Difundiendo el trabajo de Antoine Artaud


         Allí donde otros proponen obras yo no pre-
tendo otra cosa que mostrar mi espíritu.
         La vida es un consumirse en preguntas.
         No concibo la obra como separada de la vida.
         No amo la creación separada. No concibo tam-
poco el espíritu separado de sí mismo. Cada una
de mis obras, cada uno de los planes de mí mis-
mo, cada una de las floraciones heladas de mi
vida interior echa su baba sobre mí.
         Me reconozco tanto en una carta escrita para
explicar el encogimiento íntimo de mi ser y la
castración insensata de mi vida, como en un
ensayo exterior a mí mismo, y que aparece en
mí como un engendro indiferente de mi es-
píritu.
         Sufro que el Espíritu no esté en la vida y que
la vida no esté en el Espíritu, sufro del Espíritu-
órgano, del Espíritu-traducción, o del Espíritu-
intimidación-de-las-cosas para hacerlas entrar
en el Espíritu.
         Yo pongo este libro suspendido en la vida, de-
seo que sea mordido por las cosas exteriores y
antes que nada por todos los sobresaltos en ace-
cho, todas las oscilaciones de mi yo por venir.
         Todas estas páginas se arrastran como tém-
panos en el espíritu. Disculpen mi absoluta
libertad. Me rehuso a hacer diferencias entre
cada uno de los minutos de mí mismo. No re-
conozco el espíritu planificado.
         Es necesario terminar con el Espíritu como
con la literatura. Digo que el Espíritu y la vida
se comunican en todos los grados. Yo quisiera
hacer un Libro que trastorne a los hombres,
que sea como una puerta abierta y que los con-
duzca donde ellos no habrían jamás consentido
llegar, simplemente una puerta enfrentada a la
realidad.
         Y esto no es un prefacio de un libro como no lo
son los poemas que lo jalonan ni la enumera-
ción de todas las furias del malestar.
         Esto no es más que un témpano mal tragado.




         Un gran fervor pensante y superpoblado lle-
vaba a mi yo como un abismo pleno. Un viento
carnal y resonante soplaba, y el azufre mismo
era denso.
         Y raicillas ínfimas poblaban ese viento como
una red de venas y su entrecruzamiento fulgu-
raba. El espacio era medible y crujiente, pero
sin forma penetrable. Y el centro era un mosai-
co de fragmentos, una especie de duro martillo
cósmico, de una pesadez desfigurada, y que
recaía sin cesar como un frente en el espacio,
pero con un ruido como destilado. Y la envol-
tura algodonosa del ruido tenía la instancia
obtusa y la penetración de una mirada viva.
Sí, el espacio devolvía su pleno algodón mental
donde ningún pensamiento era aún nítido ni
restituía su descarga de objetos. Pero, poco a
poco, la masa giró como una náusea fangosa
y potente, una especie de inmenso influjo de
sangre vegetal y retumbante. Y las raicillas
que se estremecían en el borde de mi ojo men-
tal, se separaban con una velocidad de vértigo
de la masa crispada del viento. Y todo el espa-
cio se estremeció como un sexo que el globo
del cielo ardiente saqueaba. Y una especie de
pico de paloma real horadó la masa confusa de
los estados, todo el pensamiento profundo en
ese momento se estratificaba, se resolvía, se
hacía trasparente y reducido.
         Y nos era necesario entonces una mano que se
transformara en el órgano mismo del aprehen-
der. Y dos o tres veces todavía la masa entera y
vegetal giró, y cada vez, mi ojo se reubicaba en
una posición más precisa. La oscuridad misma se
hacía profusa y sin objeto. El hielo entero gana-
ba la claridad.




Conmigo dios-el-perro, y su lengua
que como una saeta atraviesa la costra
del doble casquete abovedado
de la tierra que le causa escozor.

Y he aquí el triángulo de agua
que avanza con un paso de chinche,
pero que bajo la chinche llameante
se vuelve cuchillada.

Bajo los senos de la tierra horrorosa
dios-la-perra se ha retirado,
de los senos de tierra y de agua helada
que pudren su lengua vacía.

Y he aquí la virgen-del-martillo,
para aniquilar los sótanos de la tierra
donde el cráneo del perro estelar

siente subir el horrible nivel.

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