La cena de las furias






La cena de las furias por Eduardo Valdivia Sanz

Fui invitado a la cena de las furias,
el portero me sonríe entregándome una tarjeta hecha con huesos,
el aire del recinto es cerrado y las paredes están cubiertas de cortinas,
la antesala está poblada de cuerpos con cadenas en el cuello,
muchos lucen argollas que cuelgan iguales a un insulto,
muchos tienen los ojos de tinta amorfa
en espera de una caricia secreta,
allí en ese remolino de sombras,
veo una pareja de mujeres besándose,
en cada rincón corre el aire del instinto,
no importa el género,
he regresado a las cavernas,
a la tribu y al tóten que imparte los castigos;
debo aceptarlo,
el viejo Jack me ha invitado a sus sueños perversos,
entonces
mi piel se convierte en hielo mientras mastico el fuego del azufre,
tras ingerir el veneno de los hongos,
mi deseo es navegar por otros cuerpos,
cual dios sin trono contemplando el samsara;
allí lo sé,
estoy y no estoy,
por esa razón me invitaron las furias,
pretenden probar la debilidad de mi temple,
sé que han jurado al verdugo que poseerán mi alma,
yo no río, no respiro,
he aprendido a respetar a los demonios,
al fin la idea se hace realidad,
y entro a un recinto estrecho,
una mesa del suelo surge,
unas sillas altas, rigurosas, me esperan,
las furias ríen, son cinco mujeres de plata,
cada una, una trampa de cinco vanidades que crecen en las puntas de mis dedos,
la mujer de cabello negro se acerca con una bandeja de cristal,
sobre la joya de alabastro veo cientos de píldoras azules,
ellas me aguardan,
la furia de cabello rojo me invita para que tome una,
no puedo negarme, debo navegar sobre mis miedos,
entonces
estalla mi mente y floto en mi vida,
veo mis faltas y veo la rueda de las almas en su constante peregrinar,
creo que he despertado,
el sol es un manto negro en mis ojos,
el dolor ha cortado mi llanto,
ahora soy libre.

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