El poema del día de hoy



Relinquunt Omnia Servare Rem Publicam

Por Robert Lowell



El viejo Aquarium de Boston permanece

en un Sahara de nieve ahora. Sus quebradas ventanas están enmaderadas.

El pescado de la veleta de bronce perdió la mitad de sus escamas.

El tanque aéreo esta seco.

Una vez mi nariz se arrastró como un caracol en el vidrio;

mis manos rascaron

hasta reventar las burbujas

errantes de las narices de los intimidados, sumisos peces.

Mis manos retrocedieron. Muchas veces continué

dando un vistazo por las oscuras inclinaciones del vegetante reino

de peces y reptiles. Una mañana del último marzo,

me apreté contra la cerca de púas nuevas y galvanizadas

en el Boston Common. Detrás de su celda,

las palas mecánicas gruñían como dinosaurios amarillos

cuando recogían toneladas de musgo y hierbas

al vaciar el bajo mundo de su garaje.

Estacionamientos de espacios lujuriosos como cívica

almohada de arena en el corazón de Boston.

Un cinturón naranja, calabaza Puritana coloreando las trabas

de las vigas en la hormigueante Casa de Gobierno;

sacudiéndose sobre la excavación, como si las caras del Coronel Shaw

y su infantería de Negros con cachetes como campana

sacudieran la calle Gauden con el consuelo de la Guerra civil;

extensa tabla apropiada para servir de astilla contra el terremoto del garaje.

Dos meses después de marchar a través de Boston,

medio regimiento fue muerto;

en la conmemoración

William James casi pudo escuchar la respiración de bronce de los

negros.

Las varas del monumento como espina de pescado

en el cuello de la ciudad y

su Coronel como una delgada

aguja de brújula.

Tiene la encolerizada vigilancia de un pájaro,

de un galgo dulcemente tieso;

que al parecer retrocede ante el placer

y se sofoca por privacidad.

Está fuera de ataduras ahora. Se regocija en el hombre cariñoso;

peculiar poder para escoger vida y muerte;

cuando lideraba sus negros soldados hacia la muerte,

no podía doblar la espalda.

En miles de pequeños pueblos de la verde New England

las viejas iglesias sostuvieron el pelo

de la desparramada, sincera rebelión; raídas banderas

acolchando el cementerio de la Gran Armada de la República.

Las estatuas de piedra de la abstracta Unión de Soldados

crecen delgadas y jóvenes cada año

cinturas de avispas, dormitan sobre mosquetes

y meditan a través de las patillas de ellos...

El padre de Shaw no quería un monumento

excepto la zanja

donde el cuerpo de su hijo fue arrojado

y extraviado con sus “negros.”

La zanja está cerca.

No hay estatuas de la última guerra aquí;

en la calle Boylon, un fotógrafo comercial

muestra una derretida Hiroshima

sobre Mosler Safe, la “Roca de las Edades”

que sobrevivió a la explosión. El lugar esta cercano.

Cuando me acuclille hacia mi equipo televisivo

las secas caras de los niños de la Escuela de Negros surgieron como balón.

El coronel Shaw

cabalga en su ilusión.

Espera

la bendición del descanso.

El Aquarium se ha ido. Por todos lados

automóviles gigantes con aletas y hocico como pez;

un bárbaro servilismo

resbala entre la grasa.

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