Poesía de Bares

Princesas no se engañes con los espejismos, por favor.
Por Eduardo Valdivia Sanz

La otra tarde te vi en la calle,
apreté los puños y sentí el golpe,
tu rostro era una burla de mis recuerdos,
pollos a la brasa y papas fritas eran tu papada,
que rabia corrió por mi sangre,
y una a una regresaron mis miserias,
el dolor inmenso de no tener tus besos,
y ahora tú estabas convertida en una carpa de circo,
maldije a tu familia,
a las viejas chismosas
y a cada uno de los demonios que ayudaron a tu muerte,
cómo era posible que tú te hayas convertido en esa cosa,
en ese mamarracho de mujer,
tu rostro era afilado, en la contraluz,
tu cabello negro era un sable que atravesaba mi alma,
maldito sea el mundo y las caídas del alcohol,
de las discos y todos esos espejismos,
eras una mariposa de exquisitas alas,
eras mi vida,
mi aire de fuego,
y allí en esa sucia calle de provincia
ibas en la forma de un fardo de batatas,
tu cabello pintado de un color de puta;
de qué te iban a proteger en tu casa,
de qué,
de mi amor infinito,
de mi entrega contra viento y marea,
por ti hubiese muerto,
y muerto,
te adoré a pesar de cada cuchillada
que me diste,
ahora te pregunto dónde están tus príncipes,
dónde están maldita loca,
todos te vendieron,
así de a pocos supe de tus hoteles,
de los gordos que pagaron tus viajes,
princesa eras una diosa de pies pequeños,
una diosa por la que ruego,
que en la siguiente vida nos volvamos a encontrar,
pero en tanto llega la gran llama
me prometo a mí mismo que a más de a uno haré sangrar.

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