Poesía Indie

Una revelación de abril
Por Eduardo Valdivia Sanz
Cuando de repente las puertas de la mañana
no abrieron la ceniza ventana de mi guadaña
ni rieron en el desierto cristalino en mi garganta,
las ruedas del tiempo recorrieron como una estopa
el combustible de muerte en cada bisagra
y se tragó las balas del brazo hasta llorar.
Cuando el río de los perdones fue un obstáculo
y liberado todo el eco de los gritos del infierno
partió mi ángel para explorar Manhattan,
la misma ciudadela de luces y de huesos
que recogían en mis ojos la lujuria y mis pecados,
mi caverna de materia infame adosada a su mentira.
Mis siervos sopesaron los minutos para cortar sus manos,
la mujer reventó, convertida en humo, hacia el abismo
y bailó con la fuerza de mi hijo más querido,
pero cuando la lechuza asumió su espejo
nacieron las llagas de la risa en su matriz,
allí ahogó a los niños cortándolos en tiras de carne.
El bien amado afiló su espada,
la pus de las rocas viven aún
en las miradas traidoras de las palmeras con polvo blanco;
algunos fantasmas quisieron remontar el río,
y hubo hogueras de cráneos que recrearon los tiranos;
el hombre de camisa roja supo de memoria
que ya caerían del cielo las bombas de racimo.
Las pesadillas navegan en las olas sucias de la selva;
la áspera colina de un fusil de asalto
entrega a sus frutos en ese campo de alambres de espino,
y la pesadilla socialista rueda por los caminos
donde las palabras comen el alimento de los niños
a través de los dólares del petróleo,
emergiendo como náusea de fiero brazo
hacia el gran carnero de fauces de tigre.
Cuando de repente encendieron los comandos del sol sin fin
y la leche de las hembras se secó como una roca,
envié a mi propio ejercito a la llanura;
por magia o por sobornos él huyó
y por arte de otros tiranos corrió a esconderse en una isla
para robar el odio de los corazones ulcerados.
Despierta, mi general de cuatro estrellas, ve a la nave,
bracero en el campo de naranjas
deja a esa soñolienta vida en que descansas;
ha caído la madre de las bombas;
sólo quedan en pie los huesos de los rascacielos
ahora hay ciudades que cuelgan en mi venganza.
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