Poesía Indie

Historia de domingos por la tarde

Por Eduardo Valdivia Sanz

Recorro el pasillo, traigo dos botellas, pan, queso,
la puerta es marrón, ella abre su alma, luce, llorosa,
sonrío y muestro la señal,
regala una mirada de ruiseñor caído,
entra: dice la bella,
da un medio giro, sus caderas son inmensas,
hay cuadros a medio terminar y una mesa repleta de botellas.
Nos sentamos, ella enciende un cigarro,
huele a canela,
la felicito por el cuadro del hombre de las cadenas,
ella dice: partió, lo perdí, no puedo pintar más,
entonces creía que todos los besos llegaban al sol.
Descorcho el rojo, pido un vaso.
Ella bebe de golpe, veo la luz del cigarro.
Es usted bella no debería llorar.
Bella como el desierto, responde.
Gracias: sé que intenta ser amable,
le cuento que estoy solo y que no encuentro editor,
que el dinero está por terminarse y debo buscar un empleo,
ya no puedo escribir, confieso.
Ella me mira con sus ojos negros,
me gustas más que antes: Pablo, es mejor así...

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