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El éxito de los peruanos

Por Carlos Zamorano Macchiavello

Artículo extraído del diario Gestión

Después de tantos años de satinizar el éxito, sobre todo el económico, basados en concepciones deformadas por la influencia de ideologías de izquierda, en la actualidad los peruanos seguimos teniendo problemas para entender, manejar y aceptar que algunos, gracias a su esfuerzo, consigan

lo que quieren, esto es, tengan éxito.

Es común escuchar que los peruanos nos consideramos los reyes del palo encebado, o sea, campeones en luchar contra el posible éxito de otro, aunque en ello vaya nuestro propio fracaso. Si todos estamos mal, todo está bien.

La cultura popular, sin embargo, desde lo más profundo de su informalidad a veces duda y afirma: Trabaja y no envidies, lo cual, en el curioso caso peruano, pareciera ser una sentencia que enfrenta nuestra orientación antiéxito. Es la excepción confirmando la regla.

Qué diferencia con culturas como la norteamericana y la europea, en las cuales, cada uno a su manera, el éxito en todos los ámbitos es algo digno de reconocimiento y exaltación. El éxito de artistas de cine y televisión, de artistas plásticos, de deportistas, de científicos, de escritores, de grandes magnates, de constructores, es siempre admirado. El reconocimiento del éxito es, en esas culturas, una forma de entender la vida.

Generalmente el éxito anda de la mano con la riqueza. Así que aceptarlo y reconocerlo nos lleva a reconocer y aceptar la riqueza. Nos lleva a gritar que la riqueza no es un pecado, sino pura redención, y su generación es el camino para acabar con la pobreza que tanto nos afecta, desde hace ya tanto tiempo.

Es hora de que los peruanos empecemos a combatir nuestros paradigmas, creados en años de formación del pensamiento, cuando nos pretendieron hacer creer que la libertad del individuo no era buena, y que en su lugar debía primar el Estado. La famosa igualdad hacia abajo, aquella en la que todos debemos ser iguales y donde se castiga al se sale del molde, aunque nuestra naturaleza sea totalmente distinta.

Hoy en día el nacionalismo es una de las caras nuevas del paradigma de la trasnochada igualdad socialista, haciendo que interpretemos las cosas de manera muy peculiar. Por ejemplo, el caso de la venta de Wong en quinientos millones de dólares, no es otra cosa que un caso de éxito, digno de resaltarse en cualquier escuela de negocios del mundo. Sí, el caso de aquella bodegas de esquina que muchos conocieron, y que en unas cuantas décadas se convirtió en un conglomerado de supermercados manejados eficientemente y con el más alto grado de satisfacción de los consumidores.

Pero los paradigmas han hecho que a aquellos exitosos hombres de negocios, a quienes reconocimos durante años por habernos ayudado a entrar en la modernidad, repentinamente sean unos villanos porque decidieron vender su negocio. Esto es, porque tomaron una, estoy seguro, acertada decisión de negocios. Claro, en este caso el ingrediente secreto fue el nacionalismo, ya que la venta fue hecha a un grupo chileno, aunque en realidad se trate de un grupo de capitales privados que nada tiene que ver con el Estado o gobierno chilenos.

Parecemos no recordar que el dinero privado no tiene nacionalidad. A diferencia, por ejemplo, de la pretendida inversión de la petrolera estatal venezolana que el presidente García alentaba. Ese era dinero público, con carga ideológica y precio político.

Más allá del origen de la inversión, poco ha pesado el hecho de que, al igual un futbolista superdotado, Wong fue buscado por un gran club del exterior, una de las grandes ligas y con presencia en varios países de América Latina, el cual reconoció sus grandes capacidades, su tremenda proyección y el valor de su marca, entre otros. Se trata, pues, de un claro caso de éxito, pero, al igual que en muchas otras ocasiones, tenemos dificultad en entenderlo y en aceptarlo.

Wong fue el resultado de un gran esfuerzo privado, basado en empeño, sacrificio y tiempo, y estoy seguro de que su éxito seguirá iluminando el camino que el Perú necesita para terminar de entenderse. Aceptemos el proceso del éxito, y será fácil nuestra lucha por el desarrollo.




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