Poesía Independiente



Para la sofisticada dama
Por Eduardo Valdivia Sanz

Tu rostro de hielo es fuego,
encendiendo esta noche de los espejos,
tan rara es la oscuridad que parece una naranja;
en las avenidas de mi encierro soy prisionero de un recuerdo,
allí soy un campo de limoneros
que descansa en tu mar de los sargazos;
en mi nueva ciudad llueve sofisticada dama,
sabrás que en mis calles de piedra,
soy una figura que muere entre tus manos;
es en esos cortes de la piel del pájaro del espino,
que tu voz es triste a través del viento,
tus ojos parecen ser una bandada de golondrinas,
pidiendo una manzana;
por qué la gente termina pareciéndose unos a otros,
llega un día en que todos los segundos caen,
entonces,
otra vez nos miramos diciendo,
esto fue el tiempo de navegar entre tus piernas,
esto fue vivir;
ay mujer de voz de rayo,
dónde estás, por qué partiste en una mañana sin sol;
recuerdo que llevé tu risa al aeropuerto,
no tenía dinero para regresar a casa,
diré que en la puerta de mi cárcel,
supe que te habías ido,
no lloré, simplemente, acepté los hechos,
sabía que nunca ibas a partir en pedazos,
de una forma u otra te las ibas a ingeniar para regresar al sol;
por eso, nunca escribí,
tenía miedo,
miedo de todos tus besos;
la pobreza es difícil,
se soporta bien en la ficción,
en la vida real es duro,
es dejar de comer para comprar libros,
esos actos de desesperados nadie los entiende, nadie;
después regresaste,
tenía dinero para ti, no mucho dinero,
y tu convertida en una yuppie que se iba a casar con otro,
qué joda,
esa vez que regresaste,
comimos tallarines con albahaca,
por poco peleamos,
no gustaste de mi vino, ni de mis aceitunas,
no apreciaste la dieta mediterránea,
creías que era un asunto de locos,
de suicidas que se hieren las venas,
de maníacos que cambian su humor;
luego partiste a buscar a no sé cuál cura,
quedamos en salir por la noche,
hasta ahora espero;
en estos días que el pasado aporrea mi memoria,
regreso a la sala de mi casa,
había rabia en mis palabras,
envidia por no hallar a la mujer completa,
me quedé solo mirando botellas de colores,
y espejos como un cielo de tintes plomos;
en cada nube de mis negaciones
encontré fantasmas y muertos en vida,
supe que las monedas no llenaban el vacío,
estaba solo;
me cansé de esperar por ti o que sucediera un milagro,
los días eran iguales y perdí la esperanza en medio del sol,
luego,
un buen día,
me dices en la soledad de mis noches,
me vuelvo a casar,
yo dije, por qué,
y te envié unos cuentos horrendos y una novela horrenda;
sí mujer,
por qué hemos dado vueltas y vueltas,
el dinero nunca hace feliz a nadie, nunca,
pero parece tan necesario,
tanto que nos separa,
no sé cómo hubieses tolerado, una habitación de pobre,
sabrás,
que nunca he estado tan pobre,
Joaquina dama de los perfumes,
la princesa de las calabazas aguantó mi dolor, sabes,
aguantó mis tallarines con mantequilla,
mis crisis existenciales,
y toda mi amargura de no ser lo que yo quería ser,
me abrazaba y me sentía el hombre más feliz del mundo,
me dio la mano cuando todos me dieron la espalda,
al final, sé que no fue así,
al final, sé que otra vez estás a mi lado,
por qué te casaste con Mariano.

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