Poesía Independiente

Balance de mis días con Andrea
Por Eduardo Valdivia Sanz
Te dije que no te acostaras con ella,
coge a cualquiera, no a Selma,
una semana bastó, y me olvidaste,
no pongas cara de idiota que no vale,
ella es sucia, deforme;
los coches cruzan el bulevar Pardo,
atrás está el Bix Pix, puerta de cristal oscuro,
guardián de saco azul, pinturas de blanco y negro,
es noviembre, hace calor,
Andrea viste una falda horrible
sus ojos desprenden fuego;
el sol muere, parece un almendro;
su voz es rápida, corta palabras,
adoro su cadencia, la pretensión de sus curvas;
no me abraces, no toques mis hombros;
todos somos animales,
y tú eres el peor de todos;
me gustaste desde que te vi,
había un mar de gente y tu boca resaltaba,
tu piel blanca, tu cabello negro,
gritabas al lado de Fernando,
nos presentó, los sarasas son buenos en esos menesteres;
después otras noches llegaron en la avenida Benavides,
vodka, azúcar, limón y hielo, comprado, en la Cárcel de Surquillo,
música de Mecano,
sábanas blancas, toda tu magia de tus veintitrés años,
me mostraste una foto de un amor tuyo,
un estudiante de arte de la Católica,
él sonríe, es atractivo, parece italiano,
viste de negro;
me presentaste a Duncan Dhu,
Descubro tu cuerpo, tengo diecinueve, pero soy un estigma,
vivo y siento que mi mundo es grande,
tan grande como la inmensidad de tu falda,
embriagas mi razón y comprendo que no estudiaré esa noche economía;
veinte días duró el negocio,
cancelaste el sueño un miércoles frente al mar,
creo que el incidente del revólver fue demasiado,
habías encontrado otro loco como tú,
nos vimos, espaciados,
nos besamos, salíamos por la tarde,
recorríamos tiendas de caricatura en estados alterados,
nunca nuestros cuerpos tocaron el deseo, fue un pacto;
una de las últimas veces que te vi,
fue en la azotea de la pensión de don Camilo,
tú gritabas desde la calle,
yo terminaba mi Bourgogne Aligoté y veía la neblina,
intentaba creer que sufría del spleen de ser un desesperado,
soy mal pobre,
vamos, al Sargento Pimienta, dijiste,
llevaba años en Miraflores y no conocía ese chiringuito,
estuvo bien esa noche,
acababa de terminar con Carla,
me sentía como una araña en espera de la muerte;
tuvieron que pasar años para volver a encontrarte,
era taxista, trabajaba trece horas,
recuerdo un almuerzo, fue domingo,
preparaste tallarines gruesos en salsa de verduras,
un alfajor inmenso con crema de chantillí,
me iniciaste en el chantillí, sirve para cortar el dulce, afirmaste,
eras diferente, llevabas un divorcio a cuestas,
en tus fotos de matrimonio, tenías papada,
tu ex era feo, gordo, vulgar;
qué pasó, mujer,
te ibas al país del colesterol;
me voy el jueves, ven a casa, vendrá, gente del pasado;
el miércoles crucé cual ladrón por el malecón de tu edificio,
estaba la moto de Marcelo,
una Harley azul,
yo estaba sucio y era hora punta de mi taxi,
no subí al piso doce, creo que partiste para siempre,
pero sabrás Andrea, estoy en otra ciudad,
no están los locos de hace diez años atrás,
otras vidas vivo,
no sabes lo difícil que es recordar tu perfume
de rosas y de mar,
estoy solo, con las mujeres de este barrio no hay química,
todo les da pavor, no nos encontramos,
quizá sólo soy viejo no lo sé.

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